· BARBOSA, LA SANGRE ENVENENADA

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    Contracolumna

    · PUEBLA REPRESIÓN CONTRA PERIODISTAS

    JOSÉ MARTÍNEZ M.

    –Cuando el gobernador habla, nadie más tiene el derecho a hablar –Dijo Miguel Barbosa en tono amenazante a una reportera.

    En Puebla, interrumpir al gobernador no solo es irrespetuoso, es ilegal y hasta puede convertirse en un delito.

    Alba Espejel, fue la reportera de El Sol de Puebla, que sufrió el acto de censura y violencia de género de parte del gobernador Barbosa.

    Puebla ocupa el segundo lugar en agresiones contra periodistas. Así lo han documentado las más importantes organizaciones defensoras de periodistas de carácter internacional, Artículo 19 y Reporteros Sin Fronteras. A esa tarea se ha sumado Human Rights Watch que ha tomado nota de los abusos del gobernador.

    Ahora mismo Miguel Barbosa –político de pésimo linaje– ha desatado toda su furia para atacar desde el poder a los periodistas Rodolfo Ruíz, director del periódico digital E-Consulta y Carolina Fernández, directora del periódico El Popular.

    Ambos periodistas son víctimas de los abusos del poder. La línea editorial de estos medios de comunicación ha enfadado al gobernador quien tiene la piel sensible a las críticas. Ruiz y Fernández han sido sometidos a un juicio sumario. El gobierno de Barbosa los ha emplazado a que en un par de semanas entreguen un reporte de los ingresos y egresos de dichas publicaciones. Si no acatan la orden del gobernador los ha amenazado con usar la fuerza pública y hacerse del control de esos medios.

    Desde hace dos años los periodistas de E-Consulta y El Popular han sufrido acoso judicial y administrativo, hostigamiento, agresiones, como descalificaciones y campañas de desprestigio, bloqueos informativos y difamaciones en medios digitales.

    Como Ruiz y Fernández otro medio centenar de periodistas poblanos han sufrido agresiones, todas ellas perpetradas por servidores públicos.

    La represión a periodistas no se puede sustraer de la realidad en esa entidad donde se vive un ambiente de violencia y corrupción, como consecuencia de la bárbara presencia de Miguel Barbosa quien es origen de todo atropello y excesos del poder.

    Barbosa encarna en la figura de los personajes déspotas como la imagen de un pajarraco que nos remite a Tirano Banderas.

    Inmóvil y distante por la diabetes que padece y que lo mantiene en constante estado de frustración, Barbosa vive en un mundo de basura política, al frente de una clase servil y corrupta, que carencias morales son las que le permiten a este político el ejercicio del poder absoluto.

    Barbosa mismo encabeza una guerra sucia contra la prensa y los críticos de su gobierno. Rodrigo Ruiz y Carolina Fernández se han convertido periodistas incómodos por las revelaciones constantes de la corrupción en el gobierno poblano de la “cuarta transformación”.

    El escrutinio estos medios sobre el desempeño del gobierno ha cuestionado las funciones del gobernador contrarias de servir a la sociedad. Con Barbosa, Puebla se convirtió en un botín.

    El nepotismo, el amiguismo y el compadrazgo desembarcaron con la llegada de Morena al poder. Con la Barbosa las cosas han empeorado, los funcionarios en los diferentes niveles de gobierno utilizan todo tipo de artimañas, la administración está en manos de burócratas ineficientes y las capacidades para desempeñar su puesto son totalmente nulas.

    El gobierno de Barbosa recurre de forma deleznable al terrorismo fiscal. De manera despreciable y sin consideración pretende asfixiar a los periodistas críticos.

    A punto de un coma diabético por los corajes que le provocan las críticas a su gobierno, Barbosa ha dado muestras de tener la sangre envenenada.

    Una bacteria le envenenó la sangre cuando se desempeñaba como senador de la república, la mala higiene lo llevó a que le amputaran la mayor parte de la pierna derecha. Desde entonces el odio y sus frustraciones se convirtieron en una enfermedad crónica.

    En sus tiempos de legislador solía emborracharse con periodistas a los que invitaba a agarrar la fiesta en antros con mujeres, con todo incluido. Su mujer incluso cocinaba para los periodistas, al menos en un par de ocasiones preparó chiles en nogada y mole de guajolote en las fiestas de fin de año en la Cámara de Senadores para ganarse el afecto de los reporteros.

    Desde su arribo a Puebla como gobernador su frustración se hizo mayor. Tiene el poder pero no lo disfruta. Vive secuestrado tanto en su casa de la Campestre como en la Casa Aguayo por médicos y enfermeras.

    En la soledad de sus enfermedades, en medio del tedio atroz en que está sumida su vida, Barbosa da órdenes que desnudan su alma: “Jódanse a ese cabrón”, dice a sus sicarios cuando algún periodista lo crítica.

    Barbosa no está en condiciones mentales y físicas de gobernar. Desde hace tiempo es un tiliche, no se puede caminar en las calles, no se puede guardar el equilibrio. En su propia casa ha caído al suelo en el que permanece por largo tiempo hasta que alguien lo ayuda a levantarse.

    Atrás quedaron los años de la bruta frivolidad de cerdos, de las copas de champaña y de disfrutar de las mujeres hasta la idolatría. De güisqui en güisqui, de coñac en coñac, de antro en antro, de pleitos con palabrotas, el exquisito anfitrión hoy solo destila odio por sus críticos.

    Barbosa, un retrato de la decadencia del poder.

     

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