Nuncio Coppola pregunta: ¿Dónde está el Estado?

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    BERNARDO BARRANCO

    Hay que agradecer el gesto del nuncio Franco Coppola al visitar Aguililla, una de las zonas más azotadas por el crimen organizado; una región en la llamada Tierra Caliente que abarca los estados de Michoacán, Guerrero y Estado de México, y que lleva lustros dominada territorialmente por los delincuentes.

    El nuncio aporta un doble mensaje. Primero se hace solidario con una población castigada por los abusos de organizaciones criminales ante la ausencia del Estado ¿Dónde está la acción de Silvano Aureoles, el gobernador con la peor calificación de la ciudadanía? ¿Dónde está la Guardia Nacional? Y, segundo, la presencia del nuncio, muy del estilo del Papa Francisco invita a la Iglesia mexicana a estar más presente en aquellas “periferias existenciales” para ser solidarios con las personas que más sufren.

    Para Coppola, los estragos provocados por las organizaciones criminales no son algo novedoso. Él proviene de la provincia de Lecce, sur de Italia, con fuerte presencia de la mafia y grupos como la “Sacra corona uñita”. También fue nuncio en de la República Centroafricana y del Chad, la zona de guerra cruenta. Ahí la persecución a los cristianos, minoría religiosa, ha sido sanguinaria.

    La visita a Tierra Caliente, en Michoacán, tiene otro motivo simbólico. Dar ejemplo y sacudir la modorra de los obispos a ser más pastorales y salir de su zona de confort. En la última asamblea del episcopado mexicano, el 12 de abril, Coppola retomó las cifras del Censo 2020 para cuestionar la tarea de Iglesia mexicana ante la persistente caída de católicos.

    En las últimas décadas el número ha ido disminuyendo, 5% en proporción; actualmente los católicos son 77.8%. Evangélicos y ateos han venido creciendo proporcionalmente a la caída de los católicos. En el mensaje inaugural el nuncio afirmó: “Todos estos datos son una llamada de atención para todos nosotros… es evidente que nuestros métodos “tradicionales” hoy no funcionan”.

    Sin mencionar el regaño del Papa Francisco al episcopado en catedral hace justo 5 años, flotaba su mensaje, en el que cuestionó que no quería príncipes sino pastores. Por ello, Franco Coppola toma la iniciativa de ir a un lugar de gran tensión social para ser portador de un mensaje de paz y de esperanza a una población muy lastimada por los grupos criminales y por la ausencia, igualmente criminal, del Estado.

    ¿Las autoridades y la propia jerarquía católica escucharán los reclamos de los que, a nombre del pueblo, Franco Coppola hace eco?

    Bernardo Barranco

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