CORRUPCIÓN, ESCÁNDALO MEDIÁTICO Y POLÍTICA

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    LA PERVERSIÓN AL ALCANCE DE LA MANO.

    Ricardo Caballero de la Rosa

    La sociedad se ha dado cuenta que no basta con un llamado discursivo desde las altas esferas del poder para terminar con un problema como el de la corrupción, enquistado en las estructuras sociales, empresariales y gubernamentales. Los casos que hemos visto a través de videos, tanto del lado de la 4T como del lado del “neoliberalismo”, dan cuenta que no hay justificación alguna posible ni de un lado ni del otro.

    Hemos avanzado en los últimos años en la democracia, cuyo fin es la posibilidad de tener elecciones libres para conformar buenos gobiernos que nos conduzcan a estadios de desarrollo con más equidad y bienestar mediante la generación de una riqueza social mayor. Empero, aunque ha habido buenos gobiernos municipales y estatales, así como federales, la verdad es que nuestros gobiernos se han quedado reducidos ante el tamaño de los desafíos a los que han debido enfrentarse.

    Hay gobiernos malos, que en lugar de gobernar “desgobiernan”, debido a que hay gobernantes pésimos, pésimas instituciones o que han sido debilitadas, leyes que no se aplican o se desconocen, pero también porque nuestro papel como ciudadanos es débil, no participamos ni nos organizamos y la sociedad civil deja de exigir el cumplimiento de ofertas políticas. Hay errores públicos, pero también errores sociales, ciudadanos.

    En este contexto, la corrupción puede verse como una carga moral, el enfrentamiento entre bandos —uno dominante y que se deslegitima cada vez más, otro que sirve de marco comparativo para la perspectiva de la desunión de los mexicanos—, la pugna entre salvadores y aliados del diablo. Pero esta versión es parcial y esconde una noción de ésta como una relación social, fruto del comportamiento de todos, quienes hemos construido mecanismos que hemos ido dándoles presencia y efectividad.

    Nos corrompemos porque, al hacerlo, actuamos deliberadamente y buscamos el logro de un objetivo, alcanzar una meta concreta, quitar obstáculos, ganar tiempo, resolver problemas en el corto plazo. Sin embargo, la solución inmediata aporta un orden que termina desordenando aún más las estructuras, al dotarlas de una ilegalidad que en realidad no deberían tener, pero que funciona: es un incentivo para el que corrompe como para el corrompido. Esta situación va más allá de la implicación moral.

    Caer en la corrupción es un acto de barbarie encubierta, un acto ilegal que se institucionaliza, pero que ocurre de manera normal; por eso cuando la corrupción está generalizada y es estructural, conduce sin darnos cuenta a ámbitos de violencia, crimen organizado, pésimos gobiernos, decisiones erosionadas, redes de saqueo e ilegalidad. Esta es una situación que acarrea la corrupción y en la que se cae en forma inadvertida.

    Pero también la corrupción y sus secuelas permiten montar espectáculos en los que se enfrentan buenos y malos, defensores de un régimen y supuestos defenestrantes. Este ritmo político centrado en la “ofensa pública de la corrupción” es el que actualmente se vive en México y es lo que han alimentado las pasiones de unos y los intereses de otros.

    La corrupción puede combatirse por diversos medios: jurídicos, normativos, administrativos, sociales, colegiales, de vigilancia. Pero cuando es un mal que es tolerado por muchos, que conecta con otras circunstancias ilegales y es usado por quienes lo requieren para avanzar en el camino y solventar problemas inmediatos, se vuelve un “mal necesario” y se convierte en trámite normalizado, proceso administrativo, método de trabajo.

    En nuestra opinión, es lo que está ocurriendo en el país. Aún con fuerte estructura dentro de las estructuras gubernamentales e institucionales, sobre todo en las que administran la justicia y se encargan de mantener la seguridad pública, la corrupción no sólo sigue vigente sino que, ahora, es aliada de la disputa por el poder, en medio del escándalo y la perversidad de rivalidades políticas. En una palabra, es la perversión al alcance de la mano.

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