Marcelo Ebrard; el gobernador; Armenta; Zacatlán…

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    Xavier Gutiérrez

    Una cauda de comentarios dejó la visita de Marcelo Ebrard a Tepeaca para inaugurar una oficina de pasaportes. La guerra de bardas de los aspirantes presidenciales en todo su apogeo en las carreteras y ciudades.

    Junto a las de Marcelo, las mantas y plásticos de Claudia Sheimbaun colocadas la víspera, algunas realmente como provocación. Se huele dinero público gastado en estas expresiones que evidentemente contravienen las normas y el sentido común.

    La propaganda de esta naturaleza siempre deja un tufo que genera cierto grado de rechazo, porque la gente contrasta esto con la necesidad de inversión en instituciones donde el día a día exhibe limitaciones, por ejemplo los hospitales, las escuelas, las universidades, la cultura.

    Pero volviendo al punto, la ceremonia ofreció múltiples ángulos de observación. Por ejemplo, que Marcelo se desenvuelve como pez en el agua con un discurso fresco y sencillo, elocuente y, lo más importante, conecta con la gente. Se mostró en varios momentos muy platicador con el senador Alejandro Armenta. Exhibieron química.

    Este hecho hizo pensar a más de uno en el probable eje Marcelo-Ricardo Monreal-Armenta.

    Refirámonos a la comunicación visible en la ceremonia. Todos sabemos de la importancia de la retórica. La oratoria es el arte más difícil en la política. No es requisito para aspirar a un cargo o desempeñarlo, pero la ausencia de su dominio limita notablemente para alcanzar el éxito ya con la responsabilidad encima. Por cierto, alguien debe, debiera decirle al gobernador Sergio Salomón la conveniencia urgente de trabajar en su expresión pública.

    Su caso es comprensible. No estaba preparado para la gran responsabilidad. En consecuencia, en actos como el del sábado y en otros muchos exhibe un ángulo muy vulnerable por la ausencia de tablas en las improvisaciones. Le cuesta mucho trabajo.

    Nadie nace sabiendo, ya se sabe, pero todos están en posibilidad de adquirir esta importante habilidad que requiere empeño, trabajo y lectura. No hay magia o milagro en ello, sencillamente trabajo y disciplina. En la referida ceremonia el alcalde de Tepeaca, José Huerta, se vio francamente muy zalamero; el gobernador se mostró como presidente municipal cuando su rango ya es otro y no le ayudan a portar la investidura.

    Esto me hizo recordar cierta ocasión en que le ayudamos a un aspirante a alcalde de San Andrés Cholula a mejorar su expresión pública. Al cabo de poco tiempo, su cambio fue tan notable que su propia esposa no lo reconocía al ponerse frente a un micrófono.

    Lo dicho, no hay prodigio, se llama trabajo, punto.

    ALFORJA

    Zacatlán y su imán turístico. Este hermoso lugar de la Sierra Norte nunca defrauda. Uno siempre queda maravillado, complacido, feliz en cualquier visita, así sea una breve estancia.

    Esta vez nos echamos un brinco a Jicolapa, una junta auxiliar de Zacatlán a no más de 15 minutos de la cabecera. El zócalo es como el de Zacatlán en versión pequeña. Sus casonas antiguas con los característicos techos de dos aguas con sus pesadas tejas.

    Ahí se venera con gran devoción regional al Cristo de Jicolapa, una imagen que se encontró pintada en una pared luego del incendio de una añeja construcción. El pueblo es viejísimo y transmite ese sabor tan atractivo de sierra, bosque por doquier, oxígeno estimulante, tranquilidad provinciana casi celestial y esos rincones que buscan algunos para retirarse a escribir sus memorias.

    Ahí están las raíces de la vocación, fama y éxito de Zacatlán por sus famosos vinitos frutales. La casa productora de vinos se creó ahí, en 1540. Las vetustas y cálidas construcciones son fieles testigos de ese laboratorio vinícola de una familia de españoles cuyos descendientes, en la novena generación, siguen cultivando generosamente su oficio para preparar unas bebidas deliciosas.

    Roberto y Carlos López Cabrera en un expendio, y Concho Cabrera en el otro, con sus atenciones, “pruebitas” y sabrosa charla, son excelentes anfitriones para hacer que el tiempo no pase y la vida se solace en ese paradisíaco lugar, cuyos antepasados colocaron en la geografía de este país nuestro, con su talento para producir bebidas espirituosas que son el motor y fama de la bella Zacatlán.

    Ya en esta ciudad, lo dicho, siempre se encuentra algo nuevo. A su enorme oferta de hospedería y gastronómica, hoy se agrega un restorán de primera, “Traspatio”, con platillos de alta cocina y la factura regional, en medio de un decorado estupendo, donde resalta un mural de un artista local que le imprime al sitio un sabor acorde con lo que se disfruta en la mesa. La mano de Javier del Valle y su hija dejan una huella inolvidable del escenario.

    Nos guía el maestro Nemesio Barragán, un culto amigo cuyos comentarios sobre la vida e idiosincrasia de los zacatecos, con chispazos de humorismo y generosidad al compartir la mesa, más la anfitrionía también de Alfredo y Luis, los dueños de “Agave”, un sitio donde se rinde debida y respetuosamente culto al mezcal, como dios manda, son el remate de oro de esta excursión de pisa y corre a esa tierra de mis amores que es la bellísima Zacatlán de las Manzanas.

     

     

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