Que hable un estoico, Marco Aurelio

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    La profunda sencillez de un pensador con luz universal, tan necesario en estos tiempos

    Xavier Gutiérrez

     

    En tiempos turbulentos en el mundo y en la aldea, la lectura nunca defrauda. Siempre he pensado que la puerta de cultura se abre con la llave de la lectura. Y precisamente hoy, hay una corriente que está rescatando a los estoicos para ponerlos al día, aunque en realidad nunca se han ido, no obstante estar a casi dos milenios de distancia.

    Hablamos de Marco Aurelio Antonino, el emperador filósofo. Este hombre a quien la adversidad marcó desde los tres años en que quedó huérfano de padre, pero que tempranamente se impuso un modo de vida lejos de los lujos, a pesar del confort que su condición social le brindaba.

    Él prefería dormir en una tarima cubierto con una piel de animal, porque aprendió a ser austero y parco y a rechazar los signos exteriores de riqueza, esto último que pareciera ser la obsesión que raya en la locura de las nuevas generaciones que buscan en todo y por todo, la recompensa inmediata con el menor (o nulo) esfuerzo.

    Abrevó la sabiduría de Epicteto y de Aristo, y con sus propias experiencias observando y viviendo dentro del poder, se impuso valores que le permitieron, mucho más adelante ya como gobernante, superar dificultades durísimas, como inundaciones, guerras, terremotos, invasiones y la peste, el Covid 19 de aquellos tiempos.

    Sin duda un hombre templado y sabio, cuyo legado filosófico de hace dos milenios se encuentra tan vigente ahora mismo. Lo triste y lamentable es que pocos se nutren de él y de otros personajes semejantes.

    “Si alguien me rebate y da pruebas de que pienso o actúo incorrectamente, con gusto cambiaré, pues busco la verdad, que nunca ha perjudicado a nadie,” decía alguna vez nuestro personaje.

    Las generaciones posteriores, siempre se han preguntado cómo pudo el emperador filósofo dedicarse a la filosofía, a la reflexión profunda y a la vez práctica, siendo el gobernante del vasto Imperio Romano.

    Para él la escritura no sólo era una forma de recordar lo aprendido, sino una herramienta de transformación. En Roma, tanto un senador como un esclavo podían ser considerados filósofos, por su forma de ser y actuar en el mundo.

    La filosofía en ese mundo, no era simplemente un campo de estudio sino un estilo de vida; no era una profesión ni un título académico que se obtenía tras años de formación. “La verdadera filosofía, en palabras de los estoicos, debía vivirse en cada acción cotidiana.”

    “El reconocimiento como filósofo no dependía de los saberes acumulados, sino de la coherencia entre los ideales y la forma de vivir; era un compromiso con un cierto modo de vida, un ejercicio permanente.” Para él y muchos pensadores antiguos, la filosofía no era una guía por mera preferencia o inclinación personal, sino “la única manera de vivir verdaderamente”.

    Para Marco Aurelio, cada decisión, pequeña o grande, debía estar alineada con sus principios. Como uno de los pilares de la corriente estoica, hizo frente a todo con serenidad y claridad; ellos tenían perfectamente claro que “no podían controlar los eventos externos, solo su respuesta ante ellos.”

    Su vida se caracterizó por ser un célebre practicante de todo aquello en lo que creía y expresaba, adaptando las lecciones estoicas a los desafíos del poder imperial. Para él, el conocimiento tenía sentido si era una norma para vivirla y aplicarla en su día a día.

    Distinguía perfectamente dos conceptos que parecen un juego de palabras: lo que es la buena vida, de la vida buena. No hay confusión semántica. Hoy en día la noción de buena vida tiende a estar asociada con placeres materiales, disfrutar de comidas exquisitas, ropa lujosa, viajes exóticos o una vida sin preocupaciones; para otros más es sinónimo de fama, éxito o poder, o una combinación de todo esto.

    El placer y la riqueza o el renombre se convierten en sinónimo de bienestar. Esta visión del mundo se centra en la acumulación de bienes o el reconocimiento social. Todo esto es la buena vida.

    Para Marco Aurelio, la vida buena, en cambio, no se medía por los placeres externos o la acumulación de riqueza, “el blanco al que apuntaba con precisión era mucho más nítido: para él, la vida buena era la vida moral, ser una persona moralmente íntegra, cada acción, cada pensamiento debía estar alineado con los principios de la virtud; no solo evitar el mal, el verdadero objetivo era mejorar como persona cada día.”

    “Más que evitar las dificultades y el sufrimiento -sostenía y practicaba-, se trata de enfrentarlos con fortaleza interior; desperdiciamos el tiempo que tenemos en esta tierra si no lo utilizamos para perfeccionarnos como seres humanos, cada momento de nuestra existencia es una oportunidad para hacernos más honrados, sabios, generosos, pacientes y nobles.”

    Para el emperador, “vivir bien era sinónimo de ser bueno.”

    Decía: “Cuando haces el bien, ¿qué más quieres? ¿No es suficiente haber actuado de acuerdo con la naturaleza, sino que pides una recompensa? Es como si los ojos la pidieran por ver y los pies por andar. Igual que ellos existen para cumplir una función, el hombre ha nacido para obrar honradamente.”

    Para el gran Marco Aurelio, “la vida buena no era algo que se discutiera; simplemente era. Además, esperar recibir por ello algún premio sería como querer darle un trofeo al sol por aparecer cada mañana. La verdadera y única recompensa que debemos esperar por cumplir con las demandas de nuestra naturaleza es el sentimiento de satisfacción, contento, armonía y felicidad, que nacen de hacer un buen trabajo. La felicidad, así, está garantizada.”

    Palabras sencillas, sabias, hay luz en estos pensadores, que tanto nos hacen falta hoy en día.


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