Algunas reflexiones entre el pesimismo y el optimismo; destellos de una filosofía de vida atrayente
Xavier Gutiérrez
Si en los comentarios por doquier, de todos los niveles, de todas las mesas, se somete a juicio y se crucifica al gobierno, así en genérico, y se le ve como un sempiterno vaso medio vacío, causa y efecto de todos los problemas, nadie repara qué pasa con la otra mitad del vaso.
Si hemos de ser justos, la otra mitad del vaso es la que ocupa la sociedad.
La calificación negativa, en general, convengamos, se la ha ganado a pulso el gobierno. Desde hace mucho tiempo. Y la referencia es a los tres órdenes de gobierno.
Pero nadie practica con honestidad la autocrítica. Inclusive en el aula, con deliberada intención, se pasa por alto un ejercicio elemental que debería ser enseñar a practicar la crítica a uno mismo. Los alumnos, los maestros. Ya no digamos en otros ámbitos.
Leía recientemente las ideas de un abogado del ITAM y experimentado servidor público, Max Kaiser, quien sostiene que hay en la sociedad tres tipos de personas: las que se adaptan, las que solo se quejan, y las que hacen algo.
Dice que quienes se adaptan ven como “normal” o común una pretensión humana de estar con el equipo ganador, como una manera de protegerse ante el miedo ancestral de no pertenecer al grupo social del que formamos parte. Miedo a ser inadecuado, a ser visto como un extraño.
Ese viejo comportamiento, sostiene, es antiquísimo y tiene que ver con no ser visto como un miembro querido de la tribu y por tanto correr el riesgo de hasta perder la vida. El ser humano, entonces, se adapta, baja la cabeza, y no es visto como un peligro para el grupo hegemónico. Esconderse así, es una forma de sobrevivir.
El segundo grupo, los que solo se quejan. Nada les parece, todo les disgusta, desde la familia hasta la comunidad y tienen un comentario lapidario para todos aquellos que consideran responsables de sus desgracias.
Tienen una solución para todo. Saben lo que debió hacerse o evitarse. Después de sus quejas y lamentos viene su contribución a la causa, con la repetición de multitud de consejos precedidos de las palabras “Hay que...”
Ese “hay que” es totalmente distinto al “yo voy a…”, “yo me comprometo a…”, “yo me hago responsable de…”
Por lo común están subidos en un ladrillo con una superioridad moral incuestionable. Los “quejumbres” forman legiones. Y si luego de su mordacidad y censura galopante no son escuchados, viene una segunda descarga con epítetos de otro tono. ¿Les suena todo esto? ¿Conoce algunos? ¿Piensa en elementos de la comentocracia...? No anda errado.
Y vienen después los que hacen algo.
Los hay en todos los lugares del mundo, son los que transforman la vida de los demás, han existido en distintas épocas y en diferentes tipos de sociedades.
“No he leído historias de grandes líderes que solo se quejaban de todo lo que sucedía a su derredor”, dice Kaiser.
Ellos tienen una característica común: son personas que hicieron algo, que lo intentaron, que pasaron de la queja a la acción. Siempre son mujeres y hombres imperfectos, a veces incluso rechazados por sus familias, por sus comunidades o sus países; quienes un día decidieron hacer algo. Así de fácil. “De las personas ordinarias que hicieron cosas extraordinarias queremos aprender.”
Y apunta claves:
“Muy pocas cosas verdaderamente buenas de la vida llegan por casualidad, de manera gratuita o sin trabajo de por medio. Eso que vale la pena, eso que trasciende en tu vida, aquello que te hace caminar feliz hacia tu propósito de vida, siempre requiere trabajo, paciencia, resiliencia, perseverancia, disciplina y mucho coraje.”
“Las cosas y momentos que valen la pena se construyen, se preparan, se diseñan, se cocinan a fuego lento. Las grandes personas de la historia humana tenían enormes talentos naturales, pero también mucha disciplina para moldearlos de la mejor manera, mucha energía para utilizarlos al máximo, mucha paciencia para encontrar el momento adecuado, mucha honestidad para reconocer sus limitaciones y mucho amor propio para levantar la mano. Y así, nada las detuvo.”
En una segunda división, se refiere a los pesimistas y optimistas. Dice que los primeros creen que sus problemas duran para siempre, socavan todo lo que hacen y que son incontrolables. Los optimistas, en cambio, tienden a interpretar sus problemas como transitorios, controlables y específicos de una situación.
Pero luego de este rico análisis, no se queda ahí.
Enfatiza que el optimista puede ser feliz fácilmente porque ve sus problemas como transitorios y sus logros como permanentes; sus problemas son algo que puede resolver y sus logros como exportables a otras áreas de la vida; sus problemas son específicos y sus logros universales.
Y apuntó el cómo:
“El cómo surge de cuatro virtudes cardinales de los estoicos: coraje, disciplina, justicia y libertad.”
Ahí están unas pinceladas de una manera de ver la vida. ¿Se apunta usted o apuesta sólo por el lado del vaso medio vacío o medio lleno…?
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