El volcán, la ceniza, la vida…

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    Sábado, Mayo 27, 2023

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    La ceniza es consustancial al ser humano y nos remite a nuestro origen, a la materia

    Es curioso. La combustión, la ceniza, todo lo trastorna, nos cambia la vida. Aquí en Puebla y la zona central del país. Nos abruma, todo lo trastorna…

    Pero si somos realistas, sólo nos remite a nuestro origen, a la materia.

    Lavoisier, el padre de la Química, lo dijo muy acertadamente en su momento: “La energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma”. El volcán vomita fuego, gases, humo…ceniza.

    La Iglesia Católica, en uno de sus rituales fundamentales, un miércoles del año se lo recuerda a los creyentes imponiéndoles una marca en la frente: “Memento, homo, quia pulvis es et in pulverum reverteris”, “Recuerda, hombre, que polvo eres y al polvo volverás...”

    Y el cura traza en la frente de los fieles una cruz de ceniza de palma bendita quemada.

    A eso se reduce el hombre, el cuerpo humano, a un puñado de ceniza.

    El ser humano crema a sus difuntos, los despojos se vuelven ceniza. Y el ritual termina: la ceniza recibe el recuerdo, la veneración, el culto, sea en un depósito eclesial o en el hogar del ser humano.

    Ahí en los hogares, en un sitio especial, el ser querido en forma de ceniza recibe por siempre y para siempre el culto de los vivientes.

    Otra vez, la ceniza regresa a la compañía de los deudos. No causa molestia alguna. Es el centro del recuerdo, la veneración, el culto eterno al ser querido.

    La liturgia católica tiene un momento solemne, estelar, en donde el incensario con carbón al rojo, genera ese fluido aromático casi mágico, casi celestial, que tiene como fuente la ceniza. Fruto de esa combustión y por efectos sea de incienso, copal u otra resina, esparce el humo. Es una suerte de exorcismo. Y nuevamente, la ceniza que fue, se convierte en el centro de un profundo momento espiritual que remite a la deidad o a un recuerdo.

    En Santiago de Compostela, España, la ceniza y el humo ocupan un sitio solemnísimo en la vida y fe de millones de creyentes. El botafumeiro es un singular símbolo de la catedral. Es un enorme incensario bañado en plata, que pesa 62 kilogramos vacío y mide un metro cincuenta centímetros de altura. Una cuerda de 65 metros lo sostiene de lo alto de la cúpula. Con 400 gramos de carbón en su interior, se desplaza arriba en el interior del templo y esparce el aroma en todo el interior.

    Otra vez la ceniza provoca en los feligreses un momento casi de éxtasis.

    La ceniza es consustancial al ser humano.

    Polvo eres y en polvo te convertirás.

    Claro, cuesta trabajo admitirlo.

    Pero ahí está, la ceniza como polvillo contaminante hoy dramáticamente nos lo recuerda.

    En la música, las canciones de inspiración popular también nos lo recuerdan. El amor que fue, el entrañable amor, núcleo de vivencias y promesas, cuando se acaba, metafóricamente se convierte en cenizas. Así lo dice la letra del bolero “Cenizas”:

    “Ya no podré
    ni perdonar ni darte lo que tú me diste,
    has de saber
    que de un cariño muerto
    no existe rencor.

    Y si pretendes
    remover las ruinas
    que tú misma hiciste,
    sólo cenizas
    hallarás de todo
    lo que fue mi amor…”

    Así lo dejó escrito Wello Rivas Ávila.

    Para bien o para mal, vivimos y convivimos junto a un volcán.

    Un promontorio gigantesco, maravilloso, un regalo de la naturaleza desde tiempos inmemoriales. Los pueblos precortesianos han vivido aquí junto. Hay comunidades a doce kilómetros del cráter. Ahí viven, siembran, comen, disfrutan, bailan y duermen.

    Difícilmente se irán de ese lugar. Su tierra, su patria, su patrimonio, su cuna, su tumba.

    Y lo han dicho y reiterado: “tenemos más miedo a que nos roben nuestras cosas que al volcán.” No se irán de ahí.

    Vidas en riesgo, muerte al acecho porque así es la naturaleza.

    En muchas partes del globo la erupción de un volcán ha sepultado pueblos enteros, miles de vidas. Aquí, en Italia, en Indonesia, en todas partes.

    El volcán nuestro de cada día, figura extraordinaria de nuestro paisaje en el invierno vestido de nieve; orgullo del valle central de este país con sus atardeceres paradisíacos, amenaza latente en tiempos como los días que corren, parte fundamental de la cosmogonía de los pueblos antiquísimos, personaje de leyenda en nuestra visión indígena, ahí está, ahí está… como La Puerta de Alcalá…

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