Contracolumna
· A LA SOMBRA DE OBRADOR
JOSÉ MARTÍNEZ M.
Marcelo Ebrard tiene una colección de corbatas. Las suyas no son como las que posee Mauricio Fernández, el empresario panista que durante su desempeño como senador de la república estrenaba una corbata diferente en cada sesión a la que asistía.
Fernández, el polémico ex alcalde de San Pedro Garza García padece el síndrome del acaparador compulsivo.
Todo lo quiere comprar. Las de Marcelo son corbatas de casi todos los colores, no son chocantes ni cursis como las de Fernández quien puede alegar que las suyas son finas o presuntamente elegantes, pero rayan más en lo ridículo y el mal gusto. Las de Ebrard son más sobrias y cada tono tiene un significado. La colección de Marcelo es menos pretensiosa. Los políticos, como él, suelen llevar a cabo una corbata como accesorio de sus costosos trajes con el color que identifica a su partido.
Elba Esther Gordillo solía regalar corbatas con firmas de diseñador en todo el mundo, principalmente políticos. En su cumpleaños un escritor que solía ser un severo crítico de La Maestra recibió una de ellas como un “presente”. No sabía sí se trataba de un mensaje para llevar a cabo una osadía como la Salgari. El destinatario la rechazó. La asumió como un obsequió envenenado.
A diferencia de México, por ejemplo, los senadores y representantes populares de Estados Unidos usan corbatas indistintamente de cualquier color. A diferencia de los estadounidenses los políticos mexicanos le dan a este accesorio una connotación “ideológica”. Marcelo, es uno de ellos.
En la página oficial del gobierno aparece rasurado el curriculum de Ebrard. Se omite el nombre de los partidos en los que ha militado y su trayectoria como funcionario público a partir de 1992. Se sobreentiende que es un servidor público pero no se puede disociar de su palmarés su trayectoria política con todo lo que ella implica. (https://presidente.gob.mx/marcelo-ebrard-casaubon/)
Por ejemplo, se deja al “olvido” su paso por el PRI, cuando Ebrard usaba como adorno su corbata de un intenso color escarlata. Un rojo vivo que distinguía a los priistas, aunque indistintamente solían usar también las de color verde.
Ebrard ingresó al PRI en 1981 cuando Javier García Paniagua jefaturaba al partido. Llegó de la mano de su profesor y amigo Manuel Camacho Solís, a quien conoció en el Colegio de México en sus tiempos de estudiante. Su primer empleo en el gobierno fue en la Secretaría de Planeación y Finanzas durante la regencia del profesor Carlos Hank González en la ciudad de México. Camacho entonces fungía como asesor de Carlos Salinas de Gortari en la dirección de Política Económica de la desaparecida Secretaría de Programación y Presupuesto.
Ebrard era un bebesaurio en el jurásico priista que se amamantaba de las enseñanzas de la vieja clase política que todavía se niega a su extinción.
A partir de entonces la vida de Ebrard iba a dar un vuelco bajo el cobijo del PRI. Ocupó diversos cargos dentro del desaparecido Departamento del Distrito Federal hasta llegar a encumbrarse como secretario general de gobierno durante la regencia de
Manuel Camacho en el sexenio de Salinas. Antes fue secretario general del PRI en el Distrito Federal.
Su formación fue básicamente priista. Después se lanzó a la aventura junto con Manuel Camacho luego de la ruptura de éste con Salinas tras la disputa por la sucesión presidencial en 1994. En octubre de 1995 Ebrard renunció al PRI luego de catorce años, cansado ya de usar corbatas rojas o verdes.
En 1997 pasó a formar parte del Partido Verde como diputado federal externo y un año después se declaró legislador “independiente” y ahora sí mando al carajo por fin las corbatas aceitunadas.
En el año 2000 fundó con Camacho el Partido Centro Progresista y comenzó a usar corbatas de color morado. Camacho se postuló como candidato presidencial y Ebrard para la jefatura de gobierno de la Ciudad de México pero su nuevo partido no obtuvo ni el 1 por ciento de la votación total. Fue un fracaso rotundo. Ebrard incluso renunció a su candidatura y se sumó a la de Obrador.
Así comenzó el romance político de Ebrard y Obrador.
Han sido veinte años difíciles para Marcelo. Décadas de estar soportando las incongruencias del tabasqueño y más de seis años de haber perdido a su mentor y amigo Manuel Camacho.
Desde entonces Ebrard ha hecho malabares para sostenerse en los primeros planos de la política. De ser asesor de Obrador pasó a jefe de la policía y luego cayó en desgracia cuando el presidente Fox lo cesó por el escándalo en el que derivó el linchamiento de varios agentes policiacos en Tláhuac.
Las corbatas amarillas que Marcelo usaba ya como identificación del desaparecido PRD, del que pasó a formar parte en esos años, fueron guardadas en el closet.
Durante más de un año que duró el castigo, Ebrard trabajó para el ingeniero Carlos Slim en el Fideicomiso del Centro Histórico. El magnate lo protegió y Ebrard por fin podría usar corbatas indistintamente de cualquier color. Era como haber dejado el uniforme escolar.
Junto a Obrador comenzó a experimentar otras responsabilidades, ahora como secretario de Desarrollo Social del Distrito Federal como preámbulo de la jefatura de gobierno durante el periodo 2006 – 2012. Obrador contendió en 2006 por la presidencia y perdió por miles de votos frente a Felipe Calderón.
Justamente en el último año de su gestión como jefe de gobierno Ebrard renunció a la disputa por la candidatura presidencial tras los resultados de una encuesta interna del PRD que no lo favorecían. Obrador fue postulado y perdió ahora frente a Peña Nieto.
Ante las amenazas de ser llevado a juicio por el gobierno de Peña Nieto, Ebrard se fue a vivir a Francia y tras varios años en el ostracismo regresó a incorporarse al equipo de Obrador. El tabasqueño ni siquiera lo tenía contemplado en su gabinete, pero la decisión de última hora del senador Héctor Vasconcelos de declinar al ofrecimiento del presidente Obrador como canciller, le abrió las puertas de manera estelar a Marcelo Ebrard en el gobierno de la “cuarta transformación”.
Llegó el momento de cambiar de look. Ahora la moda son las corbatas guindas.
Desde hace ya un tiempo en las oficinas de la Secretaría de Relaciones Exteriores se viene cocinando a fuego lento la candidatura presidencial de Ebrard. En sigilo, sin estridencias para no alborotar el gallinero.
Quizás Marcelo no tenga la mejor trayectoria pero goza de las simpatías de amplios sectores sociales. Tiene una forma distinta de ver los problemas del país, es más tolerante a la crítica y más sensible a los conflictos sociales.
Marcelo es la otra cara de la moneda de Obrador. El tabasqueño, un político impulsivo, de mecha corta, con una visión conservadora de la vida y de la política, cuyo gobierno pasará como un accidente de la historia.
Con Obrador se confirma la regla de que los candidatos populares no suelen ser buenos gobernantes.
Lo malo de Ebrard es que buena parte de su trayectoria política ha sido bajo la sombra de Obrador. Eso de alguna manera es preocupante como la lealtad rendida a la “cuarta transformación”. Habrá que esperar que las manecillas del reloj sigan su curso a ver qué nos depara el 2022, un año caliente, frente a un calendario de definiciones políticas y una oposición sumida en un profundo letargo y sin perspectivas de liderazgo.
Todo apunta a que la verdadera disputa por el poder se va a dar desde adentro de Morena: continuidad o ruptura. Esa es la cuestión para Marcelo Ebrard.
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