Ceniza, memelas y la carrera (que no fue)

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    Lunes, Mayo 22, 2023 

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    Una croniquilla de un fin de semana al estilo poblano, con don Goyo y charla con gastronomía poblana.

    El fin de semana pintaba muy normal. El asunto se empezó a complicar con el extravío de las llaves de mi coche. Esto ocurrió luego de recoger el número y el kit para correr al día siguiente, domingo, la “Simicarrera”, allá por el rumbo de la Estrella de Puebla. La palabrita esa no me suena, pero para quienes fuimos a escuelas públicas es el conjunto de cosas que se complementan para algo.

    La pérdida de llaves es todo un drama. Los estudiosos de la conducta dicen que esa es una de las mejores oportunidades para conocer el carácter de una persona. Quien no dramatiza al extremo anda bien en el manejo de sus emociones. Procuro meterme a tal catalogación y mi psicóloga hija hace su parte neutralizando los gestos de desesperación.

    El coche ahí en la calle y dentro de él las llaves de la casa y todo lo demás. El caso convoca a todos los poblanos expertos en estos menesteres que por ahí pasan. Un franelero y mi hija Jany exhiben su destreza. Emplean utensilios de cocina para forzar un poco la puerta. Luego de dos cucharas de palo rotas, un tenedor inutilizado y un cuchillo cebollero desechados, la magia aparece con el uso de ganchos para ropa.

    Esa es la herramienta perfecta. No me explico cómo “Amazon” no la vende expresamente para casos de olvidar o perder las canijas llaves. Después de casi una hora de intentos y maniobras… ¡le dan al clavo!, bueno, al seguro interior.

    Abro la puerta con tal maestría como hiciera Estefan Chidiac para colocar a elementos de su mafia en los puestos claves del gobierno estatal.

    Búsqueda y encuentro del duplicado y el asunto queda resuelto. Es sábado, y toca la comida mensual de “Los amigos de Tío Fausto” en el restorán El Cazador del centro. Puntuales Alberto Ochoa, Ricardo Menéndez, Enrique Castro y su servilleta. Son sesiones de excelente gastronomía y muy sesudas reflexiones sobre la vida local y nacional.

    Si suelo decir que el chisme no es otra cosa que el periodismo en su más baja estofa. Estas sesiones de cada mes con deliciosa comida poblana constituyen momentos de muy profunda filosofía de café. Cada uno aporta disquisiciones muy elevadas para el común de los mortales. Se pasa revista de la clase política, la burguesía poblana, el alto clero, los partidos, la vida sindical y sus actores, los hábitos y costumbres del poblano vivir y se hacen conjeturas de temas varios.

    El preludio de todo es el tema de la salud. Cada quien externa sus dolencias, remedios y fructíferas experiencias para superar sufrimientos del cuerpo y el alma. Los demás escuchan, se conduelen, diagnostican y rematan esta apertura de penas y dolor con una copa de mezcal. Entre tanta palabrería, este primer brindis es, sin decirlo de modo explícito, la cura maravillosa de todos los males pasados, presentes y futuros.

    Viene luego la ensalada de anécdotas. Todo Puebla es pasado por el bisturí y la poblanísima lengua de los comensales. Cada quien hace revelaciones extraordinarias, perfectamente bien documentadas, en algunos casos aportando testimonios casi notariales, testigos vivos que lo han certificado o pruebas irrefutables que los demás admiten como verdad divina.

    Se habla de historia, política, religión y todos los demás temas prohibidos por la ley.

    La charla sería verdaderamente subversiva, explosiva, si hubiera micrófonos en la mesa en lugar de manjares de la gastronomía local. Dos o tres horas siempre son cortas para agotar la agenda. El devenir nutre el temario para la comida del siguiente mes.

    Pero también es cierto que el mezcal estimula viejos recuerdos o lecturas, díceres de conspicuos poblanos vivos o muertos, o referencias varias interesantes, curiosas y una que otra fruto de la invención de los caballeros presentes. Todo esto enriquece la disertación e incorpora elementos de análisis que no estaban previstos.

    Concluida la tarde hipotéticamente se rompe una taza y cada quien para su casa.

    El amanecer del día siguiente es terrible. Un domingo gris, silente, sepulcral.

    Salgo antes de las seis de la mañana hacia la carrera allá en Angelópolis y una hora antes han avisado que la competencia deportiva se suspende. Correcta y sabia decisión, todos coincidimos. El volcán ha tosido estentóreamente durante tres semanas y este amanecer impone su huella inapelable que trastorna la vida casi totalmente.

    No hay para dónde. Acatar las leyes del Popo como debe ser.

    La ciudad está bajo una cortina blanquecina como al amparo de los fantasmas. Pocos autos por las calles y todos dejan una estela polvorienta como si transitaran por el viejo oeste. Las zonas del poniente de la ciudad son las más afectadas. Entre más próximas a Cholula más muestran las huellas del volcán: gruesas capas de finísimo polvo cubren todos los coches.

    Damos una vuelta por el escenario de la salida y meta de la frustrada carrera y todo mundo regresa desilusionado. Eso sí, satisfechos con la organización de la fiesta deportiva que no fue.

    Es un auténtico modelo de organización lo que se vio. El día anterior una placita de stands con toda la paquetería ordenada para cada corredor inscrito. Dan una bolsa enorme llena de una veintena de productos para la salud. La inscripción tuvo un costo de 324 pesos, pero el paquete que uno recibe multiplica el valor por cinco o seis veces, incluida la playera hecha con una fibra resistente a base de productos reciclados.

    En verdad causa orgullo ver cómo arman una convocatoria atlética de este tipo, sobre todo si se han visto un sinfín de competencias aquí y en otras partes y se tienen puntos de comparación.

    El regreso a casa con ese escenario blanquecino que no es niebla, calina ni humo, sino ceniza (de esa que según la vieja tonada infantil usaba una rana para frotarle al sapito la barriga ante sus caídas y raspones, en lugar de “Vitacilina”), se encuentra con la información que emite oportunamente el gobierno estatal alrededor de las 7 de la mañana.

    Se dan datos precisos, claros, sin alarma. Se explica la situación en Puebla con todos sus efectos y se exhorta a la población a guardar la calma y respetar las indicaciones preventivas con el cubrebocas por delante.

    Concluida la jornada deportiva que no tuvo lugar, había que buscar intramuros el desenlace para el cual todo mexicano está siempre puestísimo y diestramente preparado: convertir la frustración mañanera en un soberano pachangón.

    Bueno, no es para tanto. Pero eso sí, tomar las cosas con filosofía… y tomar también un delicioso café de la sierra, de Zongozotla para ser precisos, con unas memelas de celestial factura compradas en la 3 sur, por los rumbos donde se asienta exitosamente el señorío de “Pepe el Gallo”, ahí a la vuelta del Templo del Perpetuo Socorro.

    La ocasión se presta perfectamente para una nueva jornada de análisis y dar rienda suelta al gusto por filosofar sobre los grandes problemas nacionales y el chismerío nuestro de cada día… como dios manda.

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