La manipulación de las pantallas

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    domingo, julio 23, 2023

    Javier Gutiérrez

    Frente al torrente del consumismo, el sentido común y los placeres de lo sencillo

    Hoy, como nunca antes, las ideas de cada uno y de todos circulan libremente por los aires, y esto casi es literal

    No las vemos, pero lo que es más grave, nos las tragamos y las seguimos con una fe casi religiosa.

    La publicidad es hoy deífica.

    La tecnología hace que casi cualquiera ponga una circular por los medios sus puntos de vista. Sean razonables o disparatados o estrambóticos, todos tienen un espacio, un par de ojos u oídos que los registran. Alguien que los acepte o los crea.

    Esa circulación profusa, confusa, difusa, enrarece la atmósfera. Es un nuevo tipo de contaminación, la contaminación de las pantallas.

    Frente a esos nubarrones permanentes, avasallantes, se hace necesario pausar la vida, el oleaje huracanado de la (des)información y poner sobre la mesa las cosas que uno lee, escucha o ve. Y revisarlas con los ojos de la inteligencia, de la mano de la salud.

    Revisarlas, cotejarlas, pensarlas. Y de ese modo aproximarse al sentido común. Seleccione lo que es cierto, real. Admitir lo que es creíble, probable, racional. No todo el mundo lo hace. Lo más común y fácil es dar por hecho todo, quedarse con trozos de verdad o mentiras completas.

    Y entonces, una gran porción de la sociedad, que no se detiene ni sigue alguna disciplina para su saludable provecho informativo, engulle todo. Por ignorancia, pereza o ceguera, la gente que fatalmente así procede, es capaz de ingerir gustosamente llantas de coche en lugar de obleas.

    De esta manera, se muestra como verdad absoluta noticias que son propaganda encubierta; encuestas que son trabajos por encargo para manipular a la opinión pública.

    Se toman como palabras celestiales comentarios de conductores de televisión, textos de columnistas o afirmaciones de opinadores de radio. Y como nadie las pasa por un cedazo para cernir y separar basura e impurezas de lo genuino, mucha gente cae y vive gratamente en el engaño.

    Son sujetos permanentes de la manipulación nuestra de cada día.

    Y ese engaño tramposo, creado por poderosos o por ignorantes, o por traficantes de “información” que no son diferentes de quien extorsiona o asalta, chantajea, trafica o secuestra, tiene bajo su control a millones.

    Ese control puede ser para consumir productos para ganar simpatías electorales, antipatías ideológicas, engordar candidaturas o bendecir delitos.

    Estamos en el apogeo de la manipulación y el engaño.

    Es una manera de explotar. Una esclavitud invisible, casi voluntaria. Hay millones de seres así dominados, que lo están sin siquiera darse cuenta. Y así, sin darse cuenta, responda a estrategias de consumo de todo, trátese de productos o “ideas”, propaganda, publicidad.

    Cuán importante sería que en las escuelas, como el ABC, se enseñara a los chicos ya los jóvenes, con las modalidades apropiadas a cada edad, una lectura y asimilación crítica de la realidad. Así de la vida doméstica como de los asuntos públicos de trascendencia.

    Habría, desde luego, reacciones adversas. Brotarían “las “buenas conciencias” o los “políticamente correctos” que repararían en para qué revisar la marcha de la sociedad y defenderían gustosos el statu quo, el así estamos bien, las zonas de confort que nos mantienen como en un dulce sueño.

    Son millones quienes defenderían felices el seguir lamiendo el dulce encanto que tiene la correa y el dogal.

    Resultaría evidentemente subversivo cuestionar los anuncios de la televisión, la inducción masiva de productos chatarra que, como la adicción a una droga causan una muerte lenta, pero muy segura. Y a la que todo el mundo va dócilmente y por propia voluntad.

    Sería peligroso controvertir las modas, el racismo de champús y ropa, el clasismo de marcas y “hábitos que te dan frescura, belleza, lozanía y juventud”. El alcohol que te hace ver más moderno, elegante, fifí, varonil o macho alfa y diferente.

    El vigor falso de una porqueria de agua con azucar que circula bajo mil marcas de refresco; la catarata mortuoria del asesinato disfrazado de automedicación que satura los medios.

    El camino muy eficiente que conduce a las masas mexicanas y de todo el mundo a la diabetes, la obesidad o la hipertensión arterial, mediante la costumbre de estar comiendo a toda hora toda clase de basura envuelta en plástico.

    Sería grave abolir racionalmente esos multiplicados hábitos, costumbres o tradiciones que hacen del ser humano un competidor de todo y en todo, porque la sociedad de hoy enseña que es mejor competir… que compartir.

    No exageran quienes plantean que hoy, de vivir Jesús y caminar por el mundo, sería inmediatamente apresado y vuelto a crucificar.

    Hoy, pareciera que cada día nos acercamos más a la concepción de que la sencillez es demodé, que también está pasado de moda el sentido común, la armonía familiar o de los amigos, las convivencias cálidas humanas en corto, los placeres sencillos, la naturalidad en el vestuario y el comportamiento y hasta el lenguaje.

    No, no es saludable sucumbir “a lo que todos hacen”. Aceptarlo sería admitir que como todas las moscas van al estiércol ahí se encuentra la meta de la felicidad.

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