De pisa y corre por Veracruz

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    Domingo, Agosto 6, 2023
    Xavier Gutiérrez

    “¡Vámonos pa’Veracruz que es puerto, nos espera el Ypiranga!”. De guasa, dicen que así comentó el viejo dictador Porfirio Díaz, al emigrar en 1811 en un exilio sin retorno a Francia, a bordo de ese buque alemán.

    Emulando a Porfis, el caminante enfiló hacia las costas veracruzanas en un recreo breve de cinco días. Suficientes para apreciar las increíbles bellezas de nuestro gran país.

    El lugar elegido es un pequeño pueblo llamado Palma Sola, pertenece al municipio de Alto Lucero y está situado a unos 87 kilómetros al norte de Veracruz. Del puerto se llega a ese sitio en poco más de una hora.

    Pero viajando de Puebla antes se pasa por Cardel. La bienvenida a ese punto geográfico de la vasta costa veracruzana es original y multicolor. A unos quince minutos antes de Palma Sola cientos, miles de mariposas cruzan por el camino cubierto de vegetación por ambos lados.

    Poco después, ya instalados en la residencia que se renta, el mar queda a los pies como una interminable alfombra verde oscuro. Un viento leve que viene del mar mitiga el calor de más de 30 grados de la zona, al tiempo que les da forma de abanicos a las palmeras de distintas variedades que caracterizan a la región.

    El paisaje concentra, como en una paleta de pintor caprichoso toooodooos los tonos de verde que uno pueda imaginarse. Y uno está en medio de ese armónico concierto regalo a los sentidos: sol brillante, viento refrescante, selva exuberante, nubes que navegan o danzan lentas por el cielo azul, creando y borrando figuras al gusto veleidoso.

    Pronto llegan los elegantes viajeros del espacio: mañana y tarde cruzan parvadas de aves migratorias, en un sentido por la mañana y otro por la tarde. Allá en el cielo, enormes bandadas de garzas blancas y morenas, guanos, patos, tijeretas y pelícanos, dueños o migrantes de estas prodigiosas tierras de la costa mexicana, desfilan poniendo notas inolvidables en el recuerdo de los paseantes.

    El desfile aéreo de las aves es un espectáculo que deja boquiabierto al turista, porque a veces cubre todo el horizonte visible en las alturas.

    Periodo breve, pero de disfrute intenso. Hay cerca varias playas: Boca Andrea, Los Muñecos, Cardel y otras más. Suerte o llámele como guste, el caso es que los concurrentes suelen contarse con los dedos de un par de manos. En ese instante y por espacio de tres o cuatro horas se declaran “patrimonio familiar”. No hay gente a la vista.

    Todo esto, un extraordinario regalo para el placer a costo moderado, sin aglomeraciones, contaminaciones vehiculares u hoteleras, disputas de espacios o “colas”.

    La fauna de cielo o tierra es la oportunidad de ver la maravilla de la naturaleza con otros ojos. Los trinos de las aves, las carreras de cangrejos en fuga, el despliegue de mariposas por doquier. Y junto a todo a esto la policromía de las flores, follaje de palmeras y arbustos…y el viento que masajea la tez, la brisa marina que acaricia y el murmullo del oleaje que relaja.

    De este trozo de paraíso nos vamos de pasadita a las ruinas arqueológicas de Quiahuiztlan (“El Lugar de la Lluvia”) a quince minutos de Palma Sola. Lo primero que sorprende es el imponente Cerro del Metate o Cerro Bernal, una estructura rocosa de 300 metros que emerge de la vegetación.

    Abajo, en pequeñas mesetas, las pirámides más singulares de México. Varias docenas de pequeñas tumbas en forma de pirámides, de no más de setenta centímetros de altura. Son monumentos mortuorios de este antiquísimo panteón, seguramente recintos fúnebres de personajes notables de este asiento de la cultura totonaca.

    Muchos muy bien conservados, otros destruidos por el tiempo, pero suman docenas esparcidos en áreas verdes donde hay pirámides mayores. Este cementerio, en algunas áreas fortificado con muros defensivos, en la antigüedad sufrió las invasiones de toltecas y mexicas.

    Pero el aspecto de multitud de tumbas piramidales pequeñas es impactante, contrastante con la agresiva y refrescante vegetación de enormes árboles que son una delicia después de caminar por toda la zona arqueológica.

    Con la reflexión en la mente sobre la vida de estos pueblos fundadores y la maravilla de sus obras, cuando no conocían las herramientas de metal ni los animales de tiro, enfilamos hacia el puerto de Veracruz.

    El aterrizaje es obligado en La Parroquia, para comer delicioso y rematar con una café lechero. Llegar a Veracruz desde siempre me hace evocar a las figuras que le han dado fama (buena o mala, según) al bello puerto. Los piratas mercenarios del gobierno inglés Francis Drake y Lorencillo, que tanto terror causaron a los costeños en tiempos de la Colonia, el famoso jugador de dominó y luego presidente Adolfo Ruíz Cortines; desde luego el gran ideólogo Jesús Reyes Heroles.

    Pero la lista es inagotable: Díaz Mirón, Agustín Lara, Beto Ávila, la Negra Graciana, Toña la Negra y su hermano el Negro Peregrino, el agradable epigramista Pancho Liguori, el guitarrista y compositor Claudio Estrada, el mismo Jorge Saldaña; legiones de periodistas, poetas, escritores, artistas y políticos.

    De estos últimos el senador Manuel Ramos Gurrión, de quien se cuenta que todas sus conversaciones eran con términos beisboleros:

    Llegando a La Parroquia con su peña de amigos a disfrutar el extraordinario café lechero.

    -“¿Cómo está senador, cómo ve las cosas...?

    -“Pues aquí ya ven... primero fildeando a mi cuadro, a mis jardineros, siempre con la carabina al hombro, desconfiado para que no me quieran meter un hit, pero nunca perdiendo de vista las señales de mi cátcher, atento, siempre atento… Ahí en la esquina acabo de encontrar a uno, me quiso ponchar con un comentario, pero no me agarró fuera de base, lo puse en tres y dos y luego un strike en medio del plato y lo dejé hablando sólo… jajajaja..”
    La Parroquia nunca defrauda. Su aroma es único, la diligencia de sus meseros, el llamarlos con la cuchara golpeando levemente vaso; los frijoles refritos con plátanos, las bombas, las champolas y su agua de horchata, allá en frente la llegada de los enormes barcos, los buzos populares que rescatan una moneda a tres metros de profundidad a un lado del muelle…

    Y la marimba, los acordes de la marimba con el simpático bailoteo del que toca el güiro, eso, inequívocamente es parte del espíritu cálido y seductor de esta tierra única.

    Con las notas de la marimba dejamos el puerto, con la evocación en ritmo de danzón de una de tantas canciones del músico poeta que tanto quiso a Veracruz:

    Te vendes,
    ¿quién pudiera comprarte?
    ¿quién pudiera pagarte
    un instante de amor?

    Los hombres
    no saben apreciarte
    ni siquiera besarte
    como te beso yo.

    La vida,
    la caprichosa vida
    convirtió en un mercado
    tu frágil corazón.

    Te vendes,
    yo no puedo comprarte
    yo no puedo pegarte
    ni un minuto de amor…

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