· MARIO MOLINA, UN GIGANTE DE MÉXICO

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    Contracolumna

    · OBRADOR, UN PRESIDENTE PEQUEÑO

    JOSÉ MARTÍNEZ M.

    Mario Molina es parte de la historia universal. Mexicano eminente, hijo de la Universidad Nacional Autónoma de México –donde se graduó de ingeniero químico– recibe las falsas condolencias de un presidente y su gobierno enemigos de la ciencia, la que ellos lamentablemente califican de “neoliberal”.

    Molina, todo el mundo lo sabe, junto con otros científicos de renombre (Paul J. Crutzen y Frank Sherwood) obtuvo el Premio Nobel de Química por sus investigaciones sobre el calentamiento global, por las amenazas que representan los gases de cloro, bromo, dióxido de carbono y otros elementos que dañan la capa de ozono de la Tierra, en el caso específico en el antártico.

    En los últimos meses Molina estuvo machando para que el presidente Obrador –y otros líderes mundiales, como el presidente Trump– usaran el cubrebocas. Fue inútil su recomendación y lo peor fue la respuesta de Obrador quien asumió las palabras del científico como una crítica. “No lo voy usar porque no hay evidencia científica”, respondió ene veces el tabasqueño quien se salió por la tangente al señalar que iba usar el cubrebocas “hasta que se acabe la corrupción”.

    El menosprecio de Obrador por la ciencia no va sola, la comparten su partido Morena y sus legisladores los que respaldaron con su voto aprobar la liquidación de un centenar de fideicomisos, entre ellos algunos vitales para la investigación científica y tecnológica.

    Incluso Obrador llegó a calificar a los investigadores de “turistas” y “corruptos” en su pretensión por salir a seguir preparándose en universidades del extranjero.

    Molina jamás anduvo blofeando de buscar pasar a la historia por sus investigaciones como Albert Einstein o el popular astrónomo Carl Seagan.

    Los científicos no lucran con la gente, trabajan para la humanidad, son la otra cara de la moneda de los políticos.

    Muchos científicos en México y otras muchas partes del mundo trabajan en precarias condiciones y no son bien remunerados a diferencia los artistas y los deportistas que viven para el entretenimiento en la llamada sociedad del espectáculo con sus escándalos como los políticos que gozan de privilegios y canonjías.

    Ahí está el caso del inquilino de Palacio Nacional que vive con todos los lujos del mundo pero actúa como un hombre de la Era de las Cavernas. Ya sabemos que prefiere las antorchas y que detesta la energía solar porque afea los espacios naturales.

    Por desgracia con el gobierno de la cuarta transformación vivimos una regresión. No alcanzar a comprender que uno de los caminos básicos para el desarrollo es fomentar la educación y la ciencia. El crecimiento económico y el progreso social van de la mano de los avances en la investigación científica.

    Nuestros científicos son vistos con desprecio y están poco valorados. La propia responsable del Conacyt los señala de practicar una “ciencia neoliberal”.

    Duele y lastima a la comunidad científica la hipocresía, las condolencias del presidente Obrador y su gobierno por el fallecimiento del doctor Mario Molina, una pérdida irreparable para la ciencia.

    En cambio, la muchedumbre obradorista festeja las estupideces del tabasqueño. Un presidente que en lugar de apoyar a la ciencia, confía más en el esoterismo con sus hojas de trébol y sus estampitas de santos. “Detente enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo”.

    Seamos cínicos y no nos sintamos culpables de festejar a ese personaje que ha resultado un presidente pequeño para un país con grandes problemas. Un presidente que desde el principio hizo público que confiaba más en la magia que en la ciencia, con baños de ramas de pirul contra las malas vibras a cargo de chamanes.

    Qué hacer cuando un político no entiende la más elemental de las ecuaciones.

    Podríamos hacer un recuento de todas las estupideces del presidente Obrador, desde el “estamos aplanando la curva” y la frase desafortunada de “la pandemia nos vino como anillo al dedo” hasta el “gobernar no tiene ciencia”.

    No hay un solo científico en el gabinete presidencial, lo que abundan son los charlatanes, Ahí está Gatell y su “estrategia” con decenas de miles de fallecidos por la pandemia. Un “científico” bueno es un decir) de escritorio que aplaude las ocurrencias del presidente en el que cree con una fe ciega.

    Nuestra comunidad científica es una de las más pequeñas del mundo, menos de 50 mil (0.6 por ciento de los científicos del mundo) y nuestras publicaciones científicas son incipientes 0.9 por ciento de la producción global, según datos del último informe mundial de la Unesco.

    Durante los últimos 20 años, la inversión pública en ciencia se ha mantenido casi constante en 0.3-0.4 del PIB con una participación privada también reducida, cuando la experiencia universal indica que se requiere alcanzar una inversión de al menos 1% del Producto Interno Bruto en este rubro, para que sus beneficios se derramen en la sociedad. De hecho, los países más desarrollados invierten entre dos y cuatro veces más que la recomendación mínima, con una relación entre la participación pública y privada que varía de caso en caso, pero que siempre corresponde a porciones considerables para el Estado y para la industria. Es lamentable que quienes han conducido al país no tomen conciencia del potencial de la ciencia como el motor principal para el desarrollo de México.

    No existe un plan coherente para la inversión en educación, ciencia, tecnología e innovación (CTI), para lograr que nuestro país salga del mediano desempeño económico en que se encuentra.

    Lo que sí abundan son las descalificaciones, “la ciencia neoliberal” y los ataques a los fideicomisos hasta darle el tiro de gracia.

    Ahí están las palabras estúpidas del presidente (no se le pueden llamar de otra manera) cuando señaló a poco creen que “los científicos pueden ser corruptos. Ah, porque son investigadores ¿están exentos de cometer actos de corrupción? Está demostradísimo”. Y lanzó una serie de escupitajos contra “los científicos que apoyaron al Porfiriato”.

    La política contra la ciencia ha sido arbitraria, recorte de 75 por ciento al presupuesto de los gastos generales, desaparición de fideicomisos por considerarlos una fuente de corrupción por su supuesta falta de transparencia, lo cual es verdaderamente falso.

    Los expertos han señalado con claridad que los fideicomisos se utilizan para financiar, a mediano y largo plazo, actividades como la ciencia, el cine nacional, el deporte de alto rendimiento, la atención a emergencias como la sequía, ciclones o sismos. ¿Por qué? Están pensados para asegurar la disponibilidad de recursos en un largo plazo, que rebasa por mucho la temporalidad anual del presupuesto federal; un largo plazo necesario para la realización de fines socialmente deseables.

    Es triste pero es nuestra realidad, en México el trabajo científico es pobre, no hay dinero suficiente destinado a los recursos necesarios para realizar investigaciones, no se promueve en los pequeños en sus escuelas, no se involucra a los estudiantes y a la población, no se estimula la participación en concursos, exposiciones, etcétera.

    Pareciera que el presidente Obrador no tiene la más remota idea de dónde está parado. Ignora que la ciencia siempre es uno de los factores más importantes para el desarrollo de la sociedad y que la

    creación del conocimiento facilita el bienestar cotidiano de una comunidad para tener una mejor calidad de vida.

    Hoy la figura de Mario Molina se engrandece y engrandece a México, mientras padecemos a un presidente pequeño que confunde Fenicia con Atenas.

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