Brevísima remembranza a las cantinas poblanas

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    Domingo, Agosto 27, 2023

    Recuerdos de esos sitios que son parte de la tradición de los pueblos

    XAVIER GUTIÉRREZ

    Todas las ciudades han tenido y tienen sus cantinas tradicionales. Lugares de convivencia, de desahogo de penas, de inspiración y creatividad, de celebración y disfrute. De gozo y placer infinito, de recuerdos, de soledad.

    De festejo, nostalgia. Altares de la amistad, sitios de perdición para algunos. Templos de alta cultura para otros. Escenarios de conspiración. Póngale el adjetivo que guste, pero entre tanto que sirvan una copa y viene la charla. Si no se compone el mundo… al menos queda parchado, un poquito mejor que antes de entrar.

    (Aclaremos frente a mentes que se asustan por la letra impresa -libros de texto incluidos-, que no se trata aquí de una apología al alcoholismo, sino una somera referencia a estos rincones de solaz y esparcimiento).

    Puebla ha tenido muchos y variados rincones etílicos. Reconozco no ser una fuente autorizada para dar fe de este importante asunto. Por tanto, como reza el corrido: “pido permiso primero…”

    Hemos visitado recientemente la que quizá es la cantina abierta más vieja de Puebla, con más de 80 años de existencia, “La mina de Plata”, en la 3 Norte 803. Un testigo vivo de todos esos viejos lugares de convivencia… y conbebencia. Es un pequeño espacio de apenas unos 6 metros de largo por 3 de ancho, mingitorio sin puerta incluido.

    El dueño fundador fue un ruso, quien se la vendió a un español exiliado de la guerra civil, don Santos Díaz Fernández. Al morir pasó a su hijo, y luego a sus dueñas actuales, dos respetables damas, quienes delegan la función etílica a un par de jóvenes. El responsable es Jesús López, quien se auxilia de Fernando. Chucho era bolero y de ver y observar con frecuencia ascendió a cantinero.

    Atiende el negocito con diligencia y acierto. Hay ahí bebidas de toda clase. Alcanzó su mayor fama esta cantina cuando el mercado “La Victoria” funcionaba en todo su esplendor, como una central de abasto. Todos los días desde muy temprano “La Mina de Plata” se llenaba de cargadores de camiones y mecapaleros. Estos empezaban su labor a las 5 de la mañana y a las ocho al concluir, pasaban religiosamente a cruzar espadas.

    Con el tiempo esta cantina se ha vuelto famosa por dos o tres bebidas exclusivas y bautizadas de origen. Una es “el remedio”, un preparado de yerbas de sabor amargo que, al decir de clientes muy competentes, es la solución perfecta para la cruda o resaca. Precisamente por esto le llaman sólo así, “el remedio”.

    Abre a las once treinta de la mañana y de inmediato van llegando dos o tres parroquianos a buscar el remedio a sus males de ayer, o de anteayer. Otros piden el popular “lomo de rana”, un trago de tono verde, fresco. Debe su nombre a la mitad de un limón exprimido que, al caer en la fase última de preparación, queda flotando en la superficie del vaso con el parecido al lomo del simpático batracio.

    Pero tienen también el “vuelve a la vida”, “el tejocote”, y otros preparados cuya fama caracteriza al lugar y atrae a clientes de presencia frecuente, o a nuevos y curiosos, e inclusive a turistas nacionales y extranjeros que acuden con la devoción de quien visita un santuario y buscan “santificar su alma”.

    Funciona de 11.30 a 8 de la noche y no sirve más de tres copas por cliente. Hay parroquianos de todas las condiciones y es un sitio donde se practica la inclusión y la tolerancia mucho mejor que en ciertas organizaciones religiosas. Saludé ahí a un par de clientes habituales y muy acreditados: un ingeniero industrial con maestría en Europa y un creador artístico de jardines.

    El ambiente es agradable y respetuoso. Hay códigos de urbanidad que, sin ser expresos, todo mundo atiende. Y en el exterior el clima de seguridad ha mejorado mucho con el retiro de vendedores ambulantes. Junto está la que quizá es la última jarciería de Puebla: la “Casa Ruiz”, la atiende con gran anfitrionía su dueño don Pedro Ruiz, miembro de la tercera generación de conocedores de este ramo.

    Bonito negocio es este, donde encuentra uno artículos de palma, ixtle, henequén o cordón de estupenda calidad. Si no compra, disfruta una amena conversación con don Pedro.

    Esta cantina nos llevó el recuerdo a otra muy célebre y hasta de prosapia, “La Cantina del Ingeniero”. Ya cerró y hoy es un hotel. Estuvo muchos años en la esquina de la 11 Poniente y 5 Sur. Su propietario era el ingeniero químico Héctor Gómez, un culto y melómano poblano de muy buen trato.

    Preparaba las copas con la higiene de un quirófano. Vasos grandes envueltos con papel de estraza, cuchillo limpísimo para cortar limones, bebidas locales e importadas de primera, atención diligente y caballerosa, anuncios y calendarios antiquísimos en sus vetustos muros, mano muuuuy pesada al despachar (ahí no había miseria ni engaño), precio económico, música clásica de un viejo y enorme radio siempre sintonizado en “Radio Universidad” y “XELA”… y un ya muy veterano refrigerador grande importado cerrado con una tranca de madera descolorida.

    El aspecto del ingeniero era serio, pulcro, a veces con el ceño como adusto, pero nunca enojado. A algunos les parecía un empleado de la Funeraria Gayosso. Había que entrar en su círculo de amistades para gozar de su plática. Tuve la suerte de ser admitido en su cofradía. Eso daba derecho a ser recibido los domingos a eso de la una de la tarde y a conversar sobre historia y leyendas de la ciudad. Sólo había unos cuatro que tenían este privilegio.

    Hombre gentilísimo, gran conocedor de música, presente siempre en primera fila en los conciertos de música clásica. Mantenía cordial pero implacable su norma de “no más de 3 copas”, eso sí muuuuy bien servidas; y por extensión no eran bien vistos los borrachines dentro. Luego de tal dosis había que irse despidiendo porque afuera había otros haciendo cola para entrar. Otro pequeño espacio de la cantina era tienda de comestibles y, en una como trastienda el infaltable mingitorio.

    Burócratas, profesionales, funcionarios, abogados de renombre y albañiles, periodistas y poetas, peluqueros y pintores de brocha gorda desfilaban en ecuménica convivencia por ahí.

    No muy lejos de este punto, en la 9 Norte entre Reforma y 2 Poniente estaba el “Bar Candilejas”, muy bonita y limpia cantina de un español, el señor Dovarganes. Sitio grato para tomar la copa y jugar dominó, con la botana de chorizo español que preparaba su gentil propietario, de cuya generosidad guardo como recuerdo una boina española que me trajo en uno de sus viajes.

    La evocación brevísima de estos lugares del ayer surgió al visitar “La Mina de Plata”, mudo testigo de una forma de convivencia del poblano vivir que, al paso de muchos años sigue vivo ahí, en la 3 Norte a unos pasos de la 8 Poniente, nomenclatura que luego resulta extraña para forasteros que a veces llegan a encumbrados cargos sin conocer siquiera la catedral de Puebla.

    No cerremos el changarro sin incluir algunas gotitas de filosofía leídas por ahí sobre esta costumbre tan antigua como la humanidad misma:

    “Mezcladas en amigable copa, el torrente del alma y la fiesta de la razón”: Alexander Pope

    “Decidí dejar de beber con pelmazos y beber sólo con amigos. Perdí treinta kilos.” Ernest Hemingway

    “Malos y buenos tiempos van y vienen, mientras chocamos los vasos y grandes jamones nos entretienen”: Francois Rabelais

    “Beber no ahoga las penas, pero por lo menos las enjuaga”. Proverbio inglés

    “Nunca plantes nada antes que la vida”: Alceo

    “Con el vino viene la verdad”: Proverbio latino

    “El que no fuma ni bebe vino, el diablo se lo lleva por cualquier otro camino”: Refrán español

    Digo yo: “Tomar una copa de vino es un acto sagrado. ¿No acaso es el momento sublime a la mitad de la misa?”

    Paguemos y marchemos…

     

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